top of page
LA PINTURA DE RAFAEL PATIÑO O  EL CANTO DE LA ALEGRÍA

 

Por Ricardo Cuéllar Valencia

El pintor como el poeta también cuenta y canta desde los secretos repliegues de su corazón. Nos ofrece su mensaje con suma belleza y extrema verdad. He ahí su condición de artista.

En la presente carpeta los trabajos que tenemos a la vista, ejecutados con la técnica de la “cibergrafía”, por el pintor colombiano Rafael Patiño, se observa de golpe la sutil recreación imaginaria de tres maestros del siglo XX: Calder, Miró y Kandisky.

Los trazos lineales sugieren movimiento y algunos signos operan como ensambles. El artista logra conjugar signos y formas geométricas con improntas gestuales que rompen la simetría o disposición formal de algunas figuras. Se observa una combinación de lo gestual, geométrico y amorfo que le permite crear una cohesión plástica de tales elementos haciendo posible una representación diferente, una obra de arte.

En cuanto al manejo del color –en los fondos-  detectamos libertad e intensidad gracias al tratamiento de colores planos en ciertas obras y en otras dispone la degradación tonal. Podría decirse que la manipulación del color lo aproxima a los planteamientos del Pop-Art y en ciertos momentos es afín al surrealismo donde las figuras son absolutamente imaginarias y así adquieren una connotación simbólica propia. En este diálogo reside su virtuosismo.

En otro sentido es posible señalar  la presencia de un lenguaje poético en tanto que el artista crea determinadas atmósferas mágicas que rompen lo estático aparente. Hay una deliberada aplicación de contrastes visuales del color que impactan al observador en tanto, por ejemplo, opone rojo con amarillo, verde con rojo, amarillo con negro, naranja con verde, negro con rojo. Estas son combinaciones legibles, efectivamente impactantes. En el orden conceptual el artista, Rafael Patiño, en estas “cibergrafías”,  cifra su búsqueda en espacios oníricos que develan visiones surreales no ortodoxas y por lo tanto su lenguaje pictórico es renovador,  poseedor de una frescura lumínica y festiva que lo define como un artista del lado alegre de la vida que, al mismo tiempo,  deja en libertad al observador para imaginar frente a sus obras.

Se trata de un artista que se aleja de la belleza trágica para instalarnos en la estética de lo sublime,  en el reposo del festín de la luz, en la alegría del color. Es un canto a la vida. De repente aparece la naturaleza en formas descompuestas gracias a su profundo ludismo. En fin: una luz abrasadora representa la fuerza o el canto de la alegría.

Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, marzo de 2007

RAFAEL PATIÑO GÓEZ

poetatraductor@gmail.com

Publicaciones

El tras-ego del Trasgo, poemas, U. Pedagógica, Bogotá, 1980.

Clavecín Erótico, poemas, Colección Fulgor Literario, 1983.

Libro del Colmo de Luna, poemas, Manizales, 1985.

Canto del Extravío, poemas, 1990.

Le Néant Perplexe, poèmes, Québec, 1999.

Opera Quinta, poemas, Hombre Nuevo Editores, abril 2006, Medellín.

                                             

Exposiciones

Dibujos y Grabados: Individual, Teatro Fundadores, Manizales, 1979.

Dibujos a tinta; U. de Caldas, Manizales, 1979.

Dibujos y Grabados: Alianza Francesa, Manizales, Junio 1980

Prestidigitateur

Dibujos a tinta; Colectivo pro Nicaragua, Teatro   Fundadores,   Manizales, 1980

Dibujos y Grabados; Individual, Universidad Cooperativa, Manizales, 1981.

Cibergrafías, Individual, Galería Santa Fe de Bogotá, Octubre 1986.

Cibergrafías, Colectiva, Galería La Francia, Medellín, Diciembre 1989.

12 Cibergrafías, Exposición permanente museo MOCA, Museum Of Computer Art, Nueva York, 2006 

Machine à follies.

Rafael Patiño Góez o la exuberancia

 

Por Luis La Hoz

Quien esto escribe no es un crítico literario. Es un poeta que lee un libro, “Arcanos del vidente”, de otro poeta, Rafael Patiño Góez. Y no es, por lo tanto, una tarea profesoral, un emprendimiento didáctico el comentario que quiero hacer al libro de Rafael.

Pero el oficio de poeta, como el del filósofo, remite al placer de las preguntas que es trágico en sí mismo. El placer es una tragedia porque sucede en contados instantes, el placer es esplendor que termina guardado en la memoria, solo momentos de esplendor guardados en la memoria, esa maleta de papeles amarillentos y pañuelos que han perdido su perfume, fotografías de alguien que ya no es alguien.

Y las preguntas. Trágicas también porque todas las respuestas nada han respondido. Y seguimos preguntándonos. Y preguntas y respuestas pertenecen al trágico reino del error. El Error, así, con mayúscula, tal vez sea nuestro único reino.

Y entonces, frente a “Arcanos del vidente”, habiéndolo leído de cabo a rabo, de adelante para atrás, de atrás para adelante, desde el primero al último de los setenta poemas que lo conforman, sonrío, escucho el rumor del océano frente a mi casa, contemplo los diez pececillos de paja que cuelgan unidos por hilos de seda mecidos por un tibio viento alisio y sonrío, digo, y cometo el humano error de preguntarme.

¿Es hermética la poesía de “Arcanos del vidente”? ¿Es surrealista? ¿Es barroca?

Y vuelvo a sonreír. La poesía hermética, aquella surgida contra las bravatas de D’annunzio y los fascistas; la de Pavese, de Dino Campana, de Quasimodo, de mi amado Montale, fue como una casa sin puertas ni ventanas, una construcción sólida y transparente a la vez, iluminada desde dentro, cada piedra iluminada desde dentro.

Por eso “Me ilumino de inmensidad” escribió Pavese y es el más estupendo y corto poema que se haya escrito. Rafael Patiño escribe: “rema la respiración/el aire/muslo/labio”. Estupendo también. La inmensidad es siempre y ante todo pura respiración. Y ojos, claro está.

El surrealista peruano César Moro escribió: “Un brote maravilloso/ En la pupila de hipocampos que no pudieron dormir”. Escribe Rafael Patiño: “para que se colme mi rodilla/ de lagartos luminosos”. Podría tomarse en cuenta.

Y sobre lo barroco diré que los poemas de Rafael Patiño no tienen ornamentaciones. Menos las majaderías de los neobarrocos. Punto.

Dicho lo anterior, creo que la poesía y los poemas de “Arcano del vidente” de Rafael Patiño tienen como signo la exuberancia. Esa es su marca. La exuberancia. Como nos enseña Borges, y él lo sabía todo, cada verso debe contar un hecho y tocarnos como nos toca el mar.

La exuberancia de la poética de Rafael Patiño está dada en “Arcano del vidente” en lo que nos cuenta, en lo que nos propone. Una suerte de viaje desde el origen, África, el primer poema del hombre, la primera lanza de fuego, el inolvidable sendero para regresar a las dulces y roncas voces, al canto, al tam tam que retumba en la sangre de todos y cada uno de los hombres.

Y nos va llevando Rafael Patiño al mar, al verano, al privilegio de los hongos, a esa letra cuyo nombre nadie conoce. Es emocionante leer ese poema en prosa dedicado a una letra cuyo nombre nadie conoce. Esa letra que es origen, otra vez el origen, de cuanto somos, esa letra que el poeta busca para entregárnosla y no puede y su cerebro y su cuerpo y sus instintos están en lucha buscándola y es el silencio el campo de batalla. “Solo la poesía que le susurro calma su inaccesibilidad”, nos dice dolorido e impotente el buscador.

Pero si la poesía es nombrar las cosas, como afirmaba Eliseo Diego, cómo se nombra si hay una letra que nadie conoce y falta y según Rafael Patiño es inaccesible. Es un arcano esa letra. Un secreto. He aquí el centro de este libro de poemas. Tal vez el centro de las preocupaciones filosóficas y poéticas de Rafael Patiño. Esa letra, esa moneda de nada, esa espora invisible que danza en el alba. Dónde está. Qué es. Cómo es. Y esa letra que es una suerte de definitivo y gran arcano, encierra todos los arcanos. En ella están todos los secretos.

La existencia es exuberante. Y el lenguaje que utiliza Patiño es exuberante. A veces hermético, hay algunas volteretas surrealistas. Pero es exuberante, rítmico, plural. Baladas, cantos, transfiguraciones, arte menor y arte mayor, verso conciso y prosa. La poesía de Rafael Patiño Góez es exuberante y amplia. Aunque él sepa, ineluctablemente, que la poesía “se está callada, escuchando su propia voz”. Eso lo dijo Martín Adán, un poeta peruano del Perú.

 

Lima, primavera de 2016.

bottom of page